Durante las últimas décadas nuestra forma de ver la estrategia empresarial ha cambiado mucho, pero no ha sido hasta la llegada de la COVID-19 que ese cambio ha experimentado un crecimiento rápido y exponencial, generando un sinfín de oportunidades, pero también de retos a los que enfrentarnos.
Esta situación ha traído consigo una importante aceleración de la globalización, gracias a infinidad de encuentros, reuniones y comunicaciones online. Y no se trata de una cuestión meramente tecnológica, pues antes de la COVID-19 ya teníamos estas herramientas a nuestro alcance, pero ha producido un cambio en la mentalidad de los usuarios y ha derribado el chip de la “presencialidad”.
No todas las consecuencias de este hecho histórico iban a ser buenas, en contraposición a este nuevo abanico de posibilidades para interactuar con otras personas sin importar nuestra posición geográfica, se suma un nuevo reto: destacar. Ahora que todos remamos hacia la misma dirección y hemos detectado en este camino mucho potencial para ser explotado, ya no es tan fácil distinguirse del resto. Ahora, multitud de negocios se enfrentan al reto de adaptarse, reorganizarse y seguir aprendiendo en el nuevo ecosistema digital.
Pese a la digitalización, las personas seguimos siendo “realidades” y buscamos esa relación “personas con personas” que es la base de la estrategia Social Selling y que responde a una necesidad primitiva del cerebro humano, la necesidad de relacionarnos y sentir que formamos parte de algo.